domingo, 24 de julio de 2011

Uruguay ya ganó: su proyecto a largo plazo funciona como un reloj


En 2006, Tabárez presentó un plan para recuperar todas las categorías del fútbol oriental. Los resultados ya son un éxito, más allá del partido con Paraguay.

Mar celeste. Forlán, Muslera, Cavani, Alvaro Pereira, Lugano, Victorino, Lodeiro, Maxi Pereira, Diego Pérez, Egidio Arévalo Ríos y Suárez. Uruguay vuelve a una final de Copa América después de Paraguay '99, cuando cayó con Brasil.
Oscar Washington Tabárez no puede con su genio: maestro de escuela primaria por vocación y entrenador por necesidad (“realicé el curso en 1979 porque quería otra fuente de ingresos, ya que era un momento de dificultad económica”), cuando terminan las prácticas de las selecciones Sub-15, 17 y 20 de Uruguay, a las que rara vez no asiste, habla menos de fútbol con los jugadores que de botánica y música clásica. “Un entrenador es un educador. Debe transmitir conocimientos. Llevar al grupo a conquistar cosas, pero no sólo a nivel utilitario”, argumenta Tabárez, autor del proyecto “Institucionalización de los procesos de las selecciones y la formación de sus futbolistas”, que presentó en marzo de 2006, no bien asumió como entrenador de una selección, Uruguay, que se caía a pedazos.
“Es un plan integral que incluye estudiar, jugar, competir y saber de fútbol. Es la base de lo que disfrutamos ahora: de ahí surgieron Suárez, Cavani, Martín Cáceres, Lodeiro, Coates, Abel Hernández...”, confió Tabárez después de la clasificación de su equipo a la final de la Copa América.

Apuesta a futuro. En marzo de 2006, tras la no clasificación de Uruguay al Mundial, Tabárez presentó, a pedido, un proyecto en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). El diagnóstico era alarmante. Escribió: “Conviven en el profesionalismo (uruguayo) futbolistas muy jóvenes, cuyo potencial no está respaldado por procesos de duración suficiente como para aportarles la adecuada experiencia, con futbolistas de edad alta que vuelven desde medios más exigentes y aportan su experiencia. El perfil futbolístico del fútbol uruguayo, en consecuencia, dista bastante de las características del fútbol de élite”. En limpio: en Uruguay no había futbolistas de selección ni condiciones mínimas para que aparecieran.
“Me alejo de los determinismos. No soy creyente”, subraya de vez en cuando Tabárez. No llama la atención, entonces, que su proyecto no se circunscribiera a la selección mayor, sino que contemplara, por ejemplo, a los 55 mil niños de entre seis y 12 años que juegan al fútbol en el Uruguay (de los que apenas el 0,14 por ciento, según estudió Tabárez, va a llegar a Europa). O que nombrara a los entrenadores de las selecciones Sub-20 (que se clasificó al Mundial de Colombia y, después de 84 años, a los Juegos Olímpicos), 17 (que terminó segunda en el Mundial de México) y 15, que deben jugar con el sistema 4-3-3, como la selección mayor. O que contratara a un psicólogo, Gabriel Gutiérrez, para trabajar con los pibes.
Vaya un ejemplo de lo que pretende Tabárez: en la previa del Sudamericano de Perú de enero, Gutiérrez explicó: “En la formación del grupo se tuvo en cuenta la parte humana. Por caso, el cincuenta por ciento tiene la secundaria terminada. No quiere decir que estudiar garantice jugar bien, que es para lo que están acá, pero les abre la cabeza. Tampoco quiere decir que los que no estudian no puedan hacerlo, pero se nota la diferencia en la tolerancia a las frustraciones y en el manejo de la agresividad”. Vaya otro: en el Mundial Sub-17 que se disputó hace un mes, los futbolistas estudiaban de lunes a viernes vía Internet.
En enero, el mismísimo Tabárez le contaba, pedagógico, al diario Olé: “En las selecciones menores, hacemos juegos de roles. ¿Cuál es hoy una de las tareas primordiales del futbolista? Comunicarse, hablar. Entonces hay que ayudarlos, pero, ¿cómo? Pues, jugando. Los chicos designan a un compañero que debe hacer de entrevistado. Improvisamos una conferencia de prensa. Hace cuatro años que lo hacemos. Los chicos periodistas preguntan y el protagonista contesta. Luego terminan, y los compañeros le apuntan: ‘Mirá, dijiste cinco veces la verdad que...’, o ‘te detuviste cuatro con el esteeee...’, y así, hasta mejorar. Porque todos nos reímos de los futbolistas, pero nadie los ayuda”. Remató: “Siempre recuerdo una frase que me dijo un director de escuela. Con los alumnos habíamos intentado una clase práctica que no salió, él me preguntó por qué y yo le expliqué que había sido porque los niños no me habían seguido. Entonces me dijo algo que me acompañará toda la vida: que los niños nunca
se equivocan”.
Los jugadores de la selección no son ajenos: aconsejan a los futbolistas de los representativos menores y hasta se encargaron de comprarles una biblioteca para la concentración. Más: los 23 que participaron del Mundial 2010 crearon la Fundación Celeste, que pretende, según se consigna en su página de Internet, “fomentar los valores del deporte en la educación de niños, niñas y adolescentes, particularmente a través del fútbol”: la fundación ya construyó polideportivos y hasta una sala de neonatología en el hospital de Colonia. 
Los jugadores se involucran así en el proyecto de Tabárez, que “ejerce un liderazgo intelectual”, según define el capitán del equipo, Diego Lugano. “Para competir a nivel mundial –argumenta– debemos trabajar a largo plazo. Ganamos tres partidos en el Mundial y se taparon por un momento las carencias que tenemos en Uruguay, pero esas carencias siguen estando”.
Hasta desde el gobierno del Uruguay se apoya a la selección: tiene media sanción parlamentaria un proyecto de ley para promover, desgravación impositiva mediante, la inversión privada en el fútbol.
De última, la de Tabárez es una metodología que no garantiza el éxito futbolístico, según puntualiza: “No existe una relación unívoca entre trabajo y resultado”. Es apenas una idea. Que tampoco es original, según confiesa:
“No inventé nada: sólo observé el proyecto de Pekerman en la Argentina”.


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