Por Alberto Asseff *
Existe un tiempo en la vida para ser niño. Buen momento iniciático. Ternura, juegos, ilusiones, fantasías y, sobre todo, absorción de valores, esos que nos robustecerán en las etapas siguientes. Empero, no podemos anclarnos en la infancia.
Nuestra democracia se mueve en una perenne puericia. Desde sus pecadillos hasta sus graves faltas, casi todo sigue igual. Las fallas veniales son la promesa fácil, la palabra remanida, el discurso demagógico, las recurrencias populistas, la ligereza propositiva. El pecadillo es la liviandad.
Los otros, los ominosos y grandes fallos, van desde la trampa electoral hasta la manipulación mediática y propagandística, pasando por la literal compra del sufragio, tal como acaece hoy mismo en el interior de Formosa, de Salta y otros lares. Y no solo en la tierra adentro de las provincias rezagadas por un desquiciante centralismo político-económico. También sucede en las propias ciudades principales mediante la amañada utilización del asistencialismo y de las dádivas.
Todo esto se sabe, pero se disimula. Pareciera que es un (dis) valor entendido que nadie intenta siquiera corregirlo. El asesinado Facundo Cabral, ese trovador protestón, recordaba que cuando tenía nueve años logró que Perón detuviera su coche para preguntarle qué es lo que quería decirle. Facundo le expresó que deseaba trabajo para su madre. Evita, al oírlo, exclamó “¡Por fin alguien que pide trabajo y no limosna!” Sesenta años después pasa lo mismo. No aprendimos.
Continuamos votando por el ‘mal menor’, por el ‘voto útil’, por quien es más conocido- sin preocuparnos por saber de otros -, por espejismos como el 1 a 1 o el “modelo” que, cual burbuja, mágicamente incrementa el consumo sin aumentar la producción.
El gran ausente es el debate. Se afronta o se elude conforme lo manden las encuestas previas o los consejeros de imagen. Es la democracia pueril.
Sin debate la votación se vacía de su sustancia. No se deciden estrategias y políticas. La belleza retórica es un adorno atractivo, pero es el contenido de la idea-ideal el que debe incidir para inclinar la voluntad ciudadana. Esas ideas son las famosas propuestas, las eludidas de nuestras campañas electorales.
Un candidato monologando desde una tribuna o en una entrevista periodística brinda un panorama parcial, segmentado. En contraste, confrontando con sus competidores en un debate articulado por reglas de temas y tiempos, posibilita que el ciudadano disponga de un bagaje amplio para expresarse.
El debate impele a no sanatear. La sanata es el peor enemigo de la democracia genuina porque induce a que todo sea yerro, desde un comienzo hasta el final. Al principio es una falacia. Al término es una dolorosa frustración que obliga a ese infernal ‘empezar de nuevo’. Es el estancamiento de casi medio siglo de nuestro país. El antibiótico contra este tóxico es el debate.
Nuestros problemas no pasan por el formidable país que tenemos, sino por el fenomenal despilfarro de nuestras aptitudes. Este desbaratamiento tiene dos causas: una es moral y la otra es política, aunque en rigor si tuviéramos buena política podríamos restaurar los valores morales y así cimentar una perseverante faena de resurgimiento nacional.
Si la cuestión es política nuestros esfuerzos deben dirigirse a mejorarla. Uno de los cambios más trascendentes hacia la adultez democrática y buscando la buena política es el debate obligatorio.
Candidato a presidente, a gobernador, a diputado nacional que se niegue a debatir con sus contendientes automáticamente quedará inhabilitado para seguir en carrera. Un relevamiento de los anhelos del pueblo elector determinará los diez asuntos que inquietan a la ciudadanía y sobre ellos, ineludiblemente, debatirán y propondrán soluciones los candidatos.
Es mucho más lo que hay que hacer para disfrutar de buena política. El debate obligatorio es una de las ideas. Por algo se empieza. Eso sí, así de infantiles en materia democrática no podemos continuar. En este camino, el tiempo no corrige, sino que empeora. Afortunadamente, siempre hay una oportunidad para enmendar. Pareciera que madura la convicción de la bondad del debate. Persistamos en conseguirlo.
*Abogado, docente, político. Vicepresidente del PNC UNIR, partido político nacional
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