Como es comprensible, CFK intenta reproducir un escenario similar al del 2007, cuando triunfó holgadamente sin necesidad de someterse a la segunda vuelta. La clave de aquel triunfo K fue que el voto opositor se concentró en dos candidatos opositores que terminaron prácticamente empatados, Elisa Carrió y Roberto Lavagna. La primera obtuvo el 22,8% y el segundo el 16,9%. Esta puja evitó que alguno de ellos creciera lo suficiente como para superar el 30% y obligar así al ballotage. Hoy Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde empiezan a tener cada vez más semejanzas con Carrió y Lavagna en el 2007. Alfonsín giró rápidamente hacia el centro mediante su alianza con Francisco De Narváez y consolidó esta maniobra eligiendo como compañero de fórmula a Javier González Fraga. Este avance de la UDESO sobre el electorado moderado colocó al gobierno a la defensiva. La respuesta del kirchnerismo no se hizo esperar: la presidente eligió a un liberal -por lo menos de origen- como su vicepresidente y marginó de las listas de candidatos a los dos sectores más repudiados por la clase media: la CGT y los piqueteros. Aparte, los diarios discursos de Cristina están dirigidos a cautivar a los sectores independientes. Este freno cristinista al crecimiento de Alfonsín le abrió un espacio para crecer a Eduardo Duhalde, que en las últimas semanas volvió a lucir sus mejores habilidades de armador electoral, consiguiendo apoyos significativos como el de Miguel del Sel. De este modo, como candidato de centroderecha, el ex presidente avanza ahora intentando disputarle el segundo puesto a Alfonsín. En este punto, ambos adhieren a la hipótesis de que el opositor que quede mejor posicionado en la primaria polarizaría el voto anti-k el 23 de octubre, porque la gente aplicará entonces el voto útil.
Una trampa difícil de evitar
Con esta tendencia, si Duhalde consigue crecer y reproducir el duelo Carrió-Lavagna del 2007, ambos perderán eventualmente la capacidad de alcanzar la línea del 30%, facilitando así el triunfo oficialista en primera vuelta. En otras palabras, el gran reaseguro electoral del gobierno consiste en conseguir que Alfonsín y Duhalde se neutralicen recíprocamente. Si, en cambio, cualquiera de los dos se despegara de esta trampa relegando al otro, las chances de ballotage aumentarían rápidamente. En una primera lectura, el probable triunfo de Mauricio Macri en las elecciones porteñas podría potenciar a Duhalde y colocarlo tal vez en un empate técnico con Alfonsín. De llegarse a esto, la segunda vuelta se iría convirtiendo poco a poco en una utopía. Las cuentas serían entonces bastante simples: alrededor de 40% para el FpV, 20% para Alfonsín y otro tanto para Duhalde, quedando apenas otro 20% para repartirse entre Alberto Rodríguez Saá, Elisa Carrió y Hermes Binner.
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