miércoles, 10 de noviembre de 2010

SERIA PATRIOTA SI… por DR.ALBERTO ASSEFF

Navegar contracorriente siempre ha engendrado  innovaciones, pero hoy lo hago sin fruición. No me atraen los corifeos ni ser seguidor de ellos. Hoy se impone una reflexión. Lo más serena posible.
Escribo con respeto por el muerto. Es parte de los valores aprendidos, que vienen como legado de generación en generación. Si uno pondera y exalta, promueve, clama y resguarda los valores perdidos, es inaceptable que a la primera prueba también los extravíe.
Hace unas semanas escribí en una nota de opinión que teníamos “un país y dos visiones”. En estas exequias se corroboró.
Para los cien mil manifestantes – algunos con vociferación reñida con el genuino dolor y otros en son cuasi guerrero, también antitético con el recogimiento – nos dejó un patriota, un gladiador de las causas justas, populares, argentinas. Lo argentino se consigna al último no casualmente. Entre nosotros se habla algo de la Patria, pero en los hechos siempre se la relega. Las probanzas del aserto están a la vista: un gran país, achicado en su confianza, empequeñecido espiritualmente, debilitado materialmente. Con futuro replegado.
Para la mayoría silenciosa se marchó un ex presidente cuestionado, faccioso, despilfarrador de una excepcional oportunidad, generador de confrontaciones y pujas en gran medida artificiosas y desgarradoras de ese tesoro que es la unión sustantiva de un pueblo.
Parece aconsejable abonar el análisis a través del método clásico. Parametrar lo más objetivamente posible el resultado de los casi ocho años de poder dominante que ejerciera el fallecido mediante el cotejo con la realidad en los asuntos y campos decisivos – vitales – de una comunidad nacional. Gregorio Marañón, cuya sapiencia siempre es recomendable consultar, decía que “a los hombres públicos se los juzga no por sus intenciones, sino por sus resultados”.
¿Cuál es el primerísimo problema argentino? No dudo en ubicarlo en la (des) educación. Pues, la escuela pública ha desmejorado en ocho años. ¿Quiénes lo señalan? Sus actores principales, los maestros y padres y no pocos alumnos, aquellos que pueden discernir.
Sigue la pobreza. Decenas de planes sociales no han podido siquiera frenarla. Más allá de las estadísticas – Bernard Shaw decía que “hay dos mentiras: la mentira y las estadísticas” -, la indigencia, la exclusión, la desnutrición y la condición miserable de vida tienen anclados y atrapados a ¿tres millones?, ¿cuatro? de argentinos. Es un número dramático y lo más grave es que cada día se acerca a una naturaleza perversa: la estructuralidad de esa situación. No es pobreza de paso, sino que hace escala y se queda. No es antesala de ascenso, sino certidumbre de mayor descenso. El motivo tiene relación con la deseducación que agudiza el problema. Y con el desentrenamiento para el trabajo.
La cultura del trabajo es otra derrotada en estos años. Se conocen programas de ayuda social, pero poquísimos de trabajo, de preparación para la reinserción laboral. El de “cooperativas”, cuando uno conoce que los manejan los punteros del conurbano, no suscita ninguna confianza de que se traduzca en labor y capacitación. Los punteros distribuyen pitanzas, no labores.
El orden en la vía pública es otro de los vencidos. So argumento de “no criminalizar la protesta social”, la acción directa ganó calles y rutas. La primera lesionada es nada menos que la mediación institucional del Estado cuya primordial función es la de laudar cotidianamente los conflictos sin que ellos estallen. La otra malherida es la Justicia. Un escrache oportuno vale infinitamente más que el mejor juicio. Por último, la maltratada que paga los platos rotos es la convivencia.  Cruje, se astilla y nutre el malhumor social y hasta la irascibilidad que nos va caracterizando.
Otra enfermedad, que va camino de ser crónica, alimentada en estos años, es la desunión argentina. Nadie sueña con una Arcadia. Un país no es una pintura bucólica. Necesitamos poesía, pero la vida es fragor, pugna, vaivenes, dinámica y confrontaciones. Empero, el patriotismo impone, implanta, exige poner un límite infranqueable a esas porfías, lidias y bregas: el odio, la división en bandos inconciliables. El muerto transpasó esa frontera, por caso cuando comparó los reclamos de los productores agrarios con “los comandos civiles del 55″ o “los grupos de tareas del Proceso”. Pudo sostener que él no compartía la postura de los ruralistas, pero los demonizó como enemigos de la vida y paz de los argentinos. Una inadmisible demasía.
La inflación, apenas embozada, es otra herencia peligrosa, máxime si no se la diagnostica adecudamente.
El federalismo derruído, la institucionalidad degradada, el desapego por la ley y otros asuntos de esa naturaleza no son “pecata minuta”, no obstante que sectores del pueblo hayan sido “enseñados” a menospreciarlos. Cinco días antes de morir, el muerto chanceaba con el ministro del Interior en Chivilcoy – el funcionario es oriundo de allí -, a raíz de que no vio ninguna pancarta exhortando a votarlo en 2011: “No te voy a hacer ni una cuadra de agua corriente”. ¿Adónde se vio que un presidente haga y desahaga pavimentos, cloacas, zanjeos o agua corriente en los municipios? Se ve en nuestro país, absolutamente dado vuelta, con los pies en la cabeza e inversamente. ¡Irracional! ¡Pésimo modo de “gobernar”!
¿Qué se hizo en ocho años para arrinconar a la corrupción de ‘guante blanco’ y a su matriz, la impunidad? De la honrada respuesta dependerá el juicio sobre la honestidad y transparencia con las que nos mandan (porque nos gobiernan poco y nos mandan mucho). ¿Y que se hizo para controlar a las formidable y trágica lesión a los derechos humanos que son los delitos comunes que nos aterran, matan y roban todos los días?
Expresó la presidenta – alentada por las gentes que salieron a la calle en medio del luto – que “siempre estamos en medio del pueblo y el tumulto”. Astuta frase y hasta una bella metáfora. Yrigoyen decía algo parecido: “todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”.
Empero, sería aconsejable tener presente dos cosas: pueblo somos todos, inclusive la inmensa mayoría que no se asoció al empalago y guardó expresivo silencio. Y con la tecnología, los avances de la civilización y de la vigencia de la ley, se pueden elaborar bienes materiales y asentar en la sociedad dones del espíritu, abarcando las necesarias transformaciones y reformas, sin tanto ruido y alboroto. No sólo revolviendo se fraguan los cambios. A propósito, ¿qué reformas sindicales o del sistema político del conurbano le debemos al muerto?
Sería patriota si hubiera acreditado logros en estos asuntos. Por ahora digo, con gran respeto, que murió un ex presidente y ello impacta. No puede ser de otra manera.

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