Quizás nos atrape y obnubile un microcosmos y por ello no vamos con la corriente. Empero, ¡cómo disimular nuestra alarma! Transcurrió una larguísima campaña electoral desdoblada en unas primarias seguidas de las generales. Más de cuatro meses, pero con magrísimas ideas y, las escasas que irrumpieron en el escenario, más añejas que lo más rancio.
Desde la oposición, lo único que se oyó fue una tímida idea de fortalecer a las instituciones. Sin mayores precisiones y sin una exposición clara del método para consumar ese objetivo. Por caso, ¿cómo tornar sólidas a las instituciones sin proclamar que se acabó el acomodo y que en su lugar tendremos el mérito? Si no muta la raíz del problema jamás podremos realizar un cambio.
En el campo oficial, todo se centró en “profundizar el modelo inclusivo”, sin una gota de estímulos a la cultura del trabajo, del esfuerzo y de la productividad ¿Acaso seremos el milagro planetario configurado por un país que mejora su bienestar sin cesar, pero desmejora sus índices de laboriosidad, organización y demás? ¿Pueden convivir la holgura del consumo con el frenesí de la violencia social, la deseducación, la desocialización, la criminalidad- organizada u ocasional – y otros azotes?
Es lógico que la atención se ubique en las adolescencias notorias de la fragmentada y desorientada oposición. Para que el país mire hacia una alternativa, ésta debe preexistir o tener visos de que puede parirse. Ni lo uno ni lo otro pudo verse en este 2011. Empero, ¿qué decir del oficialismo? ¿Qué ofreció como sea más de lo mismo?
El mensaje de los ganadores pudo - ¿debió? – proyectar algunas ideas tales como ‘vamos a transformar la asistencia social en planes de reentrenamiento laboral, los subsidios a las empresas en ayudas a los necesitados del beneficio, los remanentes presupuestarios en dos grandes fondos, uno anticíclico y otro pro Pymes y empleo joven’. También se pudo siquiera hablar de política exterior y decir que la Unión Sudamericana será para nosotros algo más que cargosas reuniones cumbres, que Africa es vecina y anchuroso mercado y tantas otras estimulantes señales.
Bien pudo enfatizarse que, aun muy satisfechos por los años de crecimiento, ahora llegó el momento insoslayable del desarrollo humano, social y económico, tan integrales como largamente más amplios que el mero engorde.
Asimismo se pudo, de parte de unos y otros, indicar qué haremos con la burocracia – esa inmensa señora que mina las energías e iniciativas de los argentinos, prestándoles cada día menos servicios. O qué pensamos sobre el Estado, sobre el centralismo, sobre la macrocefalía, sobre el desquiciante urbanismo – mayor que el sueco o el norteamericano – o sobre la postergadísima reforma política. O sobre el nulo civismo, a pesar de las movilizaciones de la llamada ‘militancia’.
Hasta padecemos una calamidad llamada tránsito, plagado de conductas anómalas y sus consecuencias, los accidentes, materia en la que ostentamos el récord ¿Alguna idea nueva, fértil? Ni oficialistas ni opositores pudieron abordar el tema ¿Será que no es fructífero en votos?
Igualmente, sobre todo observando a nuestro vecino y aliado Brasil enfrascado en un combate a la corrupción, se pudo decir alguna línea acerca de este flagelo, más allá de si a la población le parece o no una cuestión relegable.
No se puede omitir un párrafo a la vivienda ¿Cómo imaginar un futuro con valores morales si no restauramos la posibilidad de una familia y su hogar? ¿Cómo gozar de una mejor escuela sin que consolidemos a la maltrecha familia? ¿Habrá alguna idea sobre un Plan Nacional de Viviendas Sociales? ¿O es que hay abundancia de recursos para festivales, propaganda, subsidios, pero no para que la gente tenga posibilidad de acceder a su casa?
En contraste con todas estas falencias, las ideas que se agitaron en las campañas, además de poquísimas, fueron viejísimas. Tal la de ‘más intervención estatal’.
Con este Estado elefantiásico, pero descerebrado, hasta la más virtuosa intención de una intervención benéfica naufragará en la corrupción y la ineficiencia. O una u otra o las dos combinadas.
Una campaña electoral es (era) inmejorable oportunidad para reenamorar al país consigo mismo, con sus dirigentes y con su destino común. Se la dejó pasar. Así, el país sigue su andar, sin fervor, sin entusiasmo, en la misma senda, como si el tiempo no transcurriera para la Argentina. Vamos por la vida cansinamente, no obstante una apariencia de efervescencia. Por eso, el canal cultural “Encuentro” nos abruma con películas sobre el “Navarrazo”, el “Cordobazo”, “el 55” y tantos otros dolores y desencuentros. La Argentina que logró su Independencia sin ayuda de nadie, y solo con el aporte del patriotismo de criollos, indios y negros, la que pasó de aldea semicolonial a potencia emergente, la que abrió sus brazos para recibir a la corriente migratoria más formidable,, la que alfabetizó universalmente antes que dos terceras partes del mundo, la que tuvo premios mundiales en ciencias y tantísimas otras epopeyas que podrían incentivar nuestra voluntad nacional, esa Argentina está arrinconada y olvidada, desconocida por su propia gente. O desfigurada.
Me preocupa sobremanera que nos alejemos inexorablemente de la ética y paulatina y simultáneamente nos aferremos a las más desgastadas e infértiles ideas. Sería buen momento para comenzar una inflexión.
*Vicepresidente del partido nacional PNC UNIR; diputado nacional electo por la provincia de Buenos Aires.
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