domingo, 27 de mayo de 2012

Patriada Roja: Cantero está cumpliendo con lo que prometió en la campaña electoral. el resto de los clubes hace silencio de radio.

El director de una peña de una ciudad del noroeste de la provincia de Buenos Aires juntaba las manos, se mordía el labio de abajo y negaba con la cabeza. “¡¿Sabés que no lo puedo creer, sabés que no lo puedo creer?!”, repetía para sí mismo primero y luego para la gente que había hecho el esfuerzo. “Nos rompemos el culo para traerles a los jugadores y estos tipos se sacan las fotos con los barras”. Ahí estaban Carlos Tévez, Diego Cagna y Matías Donnet, recientes campeones de América 2003, a punto de firmar autógrafos, y una centena de pibitos amontonados alrededor de Rafael Di Zeo. Los padres de los chicos cortejaban ese cuadro, más aún, miraban con entusiasmo el acercamiento de sus niños al jefe de La 12.
A un costado de la escena, un vendedor, se quedaba sin stock de fotos. La más codiciada, la de la barra en la despedida de Angel Clemente Rojas en 2002, un amistoso en el que hizo lo que le estaba vedado en partidos oficiales, sacar y exhibir todos los trofeos de guerra de los equipos rivales.
Aquella peña del interior resulta un ejemplo equiparable al de la cancha. La barra se roba la escena y se legitima, con el acompañamiento del resto de los hinchas, en el marco de un estadio de fútbol donde rigen otros parámetros de los que mandan afuera.
La lucha de la violencia contra el fútbol tiene espasmos. El último, la patriada del presidente de Independiente, Javier Cantero, representante de Independiente Místico, una agrupación que reivindica la recuperación de la identidad del club. Esta valiente decisión de Cantero que incluyó apretadas de todos los colores y la licencia del vicepresidente, Claudio Klebaitis, estuvo acompañada esta semana por dos sacudones más, la amenaza a punta de pistola a Gio Moreno y la promocionada, aunque falaz, llamada intimidatoria al presidente de River, Daniel Passarella.
¿Quién puede estar en contra de la actitud asumida por Cantero? Asimismo, ¿cuánto puede durar una política que debe ser colectiva si la encarna una sola persona? Al cortar relaciones con la barra, el presidente de Independiente y su comisión directiva, tomaron una decisión que corresponde a otros ámbitos. El Estado es quien debe proteger a los clubes y proponer una política conjunta, no ellos resguardarse a sí mismos. En este último caso, las quijotadas solitarias están escritas en la historia con tinta de fracaso.
Cuando Antonio Alegre y Carlos Heller asumieron en Boca en 1986, el club tenía una situación equivalente a la del Rojo. Institucionalmente quebrado, y una barra, comandada por el calabrés José Barrita, dueña del club. El día de las elecciones, alguien de La 12, que apoyaba a Alberto J. Armando para que volviera al club y era declaradamente peronista (“no al radical Alegre que viene a robar”, cantaban), le abrió la cabeza con un piedrazo a la hija de Carlos Heller. Después del hecho, el presidente y vice electos parecían los encargados de la ruptura definitiva entre la dirigencia y la hinchada. El apoyo de la prensa y de los pares fue general, más vehemente que la recibida por Cantero en estos días. Empezaron rápidamente los problemas en la Bombonera, la hinchada tenía prohibido el ingreso y accedía por la platea. El caos se hizo normal. Meses después, la presión era tal, que el problema se arregló en la casa de Alegre, cena de por medio. El Abuelo supo ofrecer disculpas y logró liderar la barra hasta 1994. En todo ese tiempo, Barrita recibió plaquetas de reconocimiento en la cancha, se casó en la confitería del estadio, echó al Loco Gatti, fue a los mundiales y recaudó una fortuna de dinero, a nombre de la Fundación Jugador Número 12.
Otra caso simbólico lo encarnó el actual presidente millonario, Daniel Passarella. Durante 1993 en su primer ciclo como entrenador de River, Sandokan, jefe de la barra, fue a apretarlo durante una pretemporada a la playa. Algunos integrantes de aquel plantel sostienen que el técnico le pedía a los hinchas que se organizaran porque no podía darle dinero a todas las facciones. Otros, sin embargo, que estaba harto y se plantó. La cuestión es que Passarella no dejó dudas sobre su pugilato y, según testigos “arruinó a Sandokan”. Luego del hecho, se llevó al plantel al hotel porque sabía que la barra podía aparecer a respaldar a su líder. Suponían que en un ámbito más expuesto no se atreverían. La barra tiró los blindex del lugar; Passarella bajó y pidió pelear otra vez mano a mano. Sandokan accedió pero sacó una navaja y le cortó el brazo. Algunos testigos de la pelea, además de destacar el valor de Passarella, recuerdan con una sonrisa como el Tolo Gallego, escondido detrás de las columnas del lobby le decía: “¡Cuidado Daniel, cuidado Daniel!”.
¿Qué quedó de aquel Passarella? ¿Es el mismo que apañó la apretada a Claudio Pezzotta durante el último River-Belgrano? ¿Es el mismo que no puede sacarse la barra de encima a pesar de sus promesas electorales?
Cantero decidió bancarse con el cuerpo lo que dijo con la boca antes de las elecciones, un hecho aislado, no sólo en el marco de la dirigencia del fútbol. Desde su agrupación, miraron siempre con atención diferentes cuestiones que pasaban en el club, monitorearon de cerca los tumores imprescindibles de extirpar.
El líder, Pablo Bebote Álvarez, fue en estos años una suerte de chamán, un ser intocable para el que, entre otros prósperos proyectos, lideró esa deformidad que encarnó el justicialista Marcelo Mallo llamada Hinchadas Unidas Argentinas, una excusa para blanquear los negocios y recaudar dinero de cara al Mundial de Sudáfrica. Obstinado en esto, en febrero de 2009 Bebote apretó con armas de fuego al menos en dos oportunidades a los jugadores del plantel rojo, cuando éstos se negaron a su pedido: 10 pasajes Buenos Aires-Johannesburgo sin escalas.
Bebote, como los hermanos Di Zeo o como los Schenkler, representan al tipo de barra que adquirió caracterización en los ’90. Lejos de la imagen de hinchas iletrados de décadas anteriores, más aún del estereotipo del fanático de pañuelo a cuatro nudos en la cabeza, hicieron de ser barrabrava una profesión rentada, en connivencia con la policía como nunca antes, siendo fuerza de choque de las facciones de los partidos políticos como jamás existió registro, y mostrando su impunidad con grosera vehemencia, ante un Estado cruzado de brazos, que –literalmente– dejó vivir y dejar morir con su falta de políticas activas.
También son contemporáneos a una época donde los medios fomentaron la cultura del aguante y les dieron posicionamiento y chapa. Programas de televisión que mostraban el núcleo de las barras alabando su capacidad compositiva en un ranking, relatores de fútbol fogoneando la llegada de las hinchadas a los estadios y los hinchas, por supuesto, gozosos de la fiesta que encendían los del bombo, la bandera y la sombrilla… esa moral paralela que existe en la cancha, la de alabar a los delincuentes. Sólo por tomar un ejemplo al azar, los hinchas de Boca cantan desde hace años “Quiero jugar contra River y matarles el tercero…”: el 99,9% de quienes entonan no estarían dispuestos. Pero ese 0,1% que sí, es el que se legitima y saca rédito del negocio de los cantitos, disfrazado de amor a la camiseta. Quienes creían ver cultura en aquellos programas de las hinchadas, quienes suponían que mostrar los cantitos de los violentos era “jugar a la guerra, pero hacer la guerra”, que eso era “color y alegría”, tienen en las estadísticas de violencia en el fútbol argentino de los últimos 15 años la prueba de que la cultura que difundieron genera algo más grave que un amague de violencia.
Ante la ausencia de medios y periodistas que sigan de cerca y con valentía el tema (Gustavo Grabia escribió en 2009 un libro imprescindible llamado La Doce, la verdadera historia de la barra brava de Boca y es uno de los investigadores que más siguió las barras), fueron los violentos quienes, ante algún lazo que los unía al poder se rompía, se despacharon con algunas verdades, sobre sí mismos y su entorno. Cuando a Bebote le impidieron ingresar a Sudáfrica y tuvo que ver el mundial desde Avellaneda, estalló: “La AFA y el Estado no solucionan la violencia en el fútbol porque tienen intereses económicos. Sin ella no habría operativos de 1.200 policías ni subsidios millonarios para los Entes de seguridad deportiva. No se venderían cámaras, ni molinetes con huellas dactilares, vaya uno a saber quiénes integran esas empresas que le prestan servicios a la AFA como Rotamund, Santa Bárbara y Construcciones Prieto. Y si no hay violencia quizá se empiece a hablar de los 700 millones que se reciben de la TV, que son administrados por Grondona, que llegan en cheques a seis meses que los clubes deben cambiar en financieras y en ese lapso alguien se hace con 6,5 millones en intereses. O los jugadores, que los venden en euros y los hacen figurar en dólares. No somos los únicos malos de la película”. Nadie hubiese pensado mejor un estado de situación del fútbol modelo 2010. “Todo esto que pasa es culpa de los políticos, quienes cuando volvió la democracia nos utilizaron para ir a los actos y como fuerza de choque, y después nos pasaron a la clandestinidad y nos llamaron violentos”, afirma Luis, alias Cabeza de Poronga, lugarteniente del Abuelo, en un documental de la BBC llamado Foreign Field.
Cantero no puede enfrentar en soledad 30 años de historia, cimentados desde la corrupción de varias aristas de poder. Su lucha, sincera a ojos de todo el mundo, tiene el riesgo de ser la de un fantasma peleándole al viento. La solución de fondo es colectiva y escapa a la voluntad individual de lo que pueda hacer el presidente de un club
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