lunes, 21 de febrero de 2011

ESCRACHES Y PIQUETES A LA ESCUELA Por Alberto Asseff

                 

Llegaron. Los escraches, piquetes y pintadas callejeras ya están en las escuelas. Por ahora, en las bonaerenses, el  5º año secundario, dentro de la materia Política y Ciudadanía. Se ignora con qué contenido y orientación, pero del contexto de la ideología oficial imperante se infiere que acceden a la escuela para justificarlos, ‘legalizarlos’, como forma de participación política. Se busca introducirlos como parte de nuestro sistema de vida, al margen del Código Penal que los fulmina. Ya se sabe, la todopoderosa impunidad tiene una aptitud abrogatoria superior a la del Congreso.
Hay que reconocer que para esta legalización no se andan con tapujos ni toman atajos. Todo con desembozo, ante la santa paciencia y mirada de las gentes.
Hace tiempo que se va gestando una deconstrucción cultural caracterizada por el vaciamiento institucional y la consiguiente acción directa, presuntamente más democrática que todo ese ‘laberinto’ legal. La ideología dominante subestima a las instituciones y les reprocha una variopinta de impugnaciones. Esencialmente, las tacha de elitistas, insoportablemente – para el poder actual – ligadas a la ley y a las tradiciones y, sobre todo, ajenas al relato oficial. Las instituciones son un antemural para los designios de reculturalizar al país. Por eso se pretende fragilizarlas y, especialmente, desvincularlas de los ciudadanos.
El piquete es la sepultura del arreglo civilizado e institucional de los conflictos. Deja a la Justicia cual – en lenguaje coloquial –pintor sin escalera, sólo sostenido por la brocha…
El escrache, análogamente, entierra a la denuncia administrativa y a la querella judicial, cual inútiles instrumentos que sólo sirven para juntar papeles. Vale la línea directa, una suerte de justicia por mano propia que nos retrotrae a épocas previas a Rosas y hasta de la Revolución de Mayo. Quizás en la era colonial existía más civilización, por lo menos en ciernes.
A la pintada callejera – puro daño, claro delito, como sus parientes el piquete y el escrache – se la quiere asimilar al voto como forma de manifestación de la voluntad. El sufragio viene siendo debilitado por trampas, fraudes, manipulaciones y clientelismos, pero ahora pareciera que se busca que descienda otro subsuelo. Si una pintada es igual a un voto, entonces estamos en el umbral del régimen de asamblea, agoracracia. Claro que es positivo que el pueblo participe más activamente, que se apee del funesto ‘no te metás’, pero el límite entre el sistema totalitario y una democracia más participativa es muy fino y requiere mucha prudencia para no traspasarlo.
La prudencia no es una virtud actual. Por tanto, la inferencia que cabe es que se está avanzando hacia un modo fascista de gobernar. El fascismo no es ni de derecha ni de izquierda, sino una forma de organizar la vida colectiva caracterizada por un liderazgo fuerte, instituciones desarticuladas, dominio oficial de todos los resortes, incluyendo los económicos y control del pueblo a través de su cerebro, esto es la superlativa manera y más segura de ponerlo bajo la férula del poder. Ya se ha dicho: esta modalidad quiere masas, nunca ciudadanos.
En momento alguno de la sucinta exposición de motivos por los cuales los piquetes y compañía arriban a la escuela se explicita que son un desarreglo. No existe la más mínima intención de enseñar apego a la ley. Por el contrario, los alumnos egresarán conscientizados de la ‘justicia’ de la protesta directa y, consiguientemente, de la futilidad de la ley. Se quiere argentinos lábiles respecto de la ley.
Un pueblo confundido, sin más ley que la orden de mando del poder, es manipulable, dominable. A esto hay que adunar la propaganda cada vez más abrumadora e invasiva. El cuadro es inquietante por donde se lo mire.
Se marcha hacia un sistema autoritario y se lo hace con relativa gradualidad. Todos los días, un paso más. Estiman que en dosis, los argentinos se irán habituando y no reaccionarán. Si a este acostumbramiento se le adiciona una ‘bajada de línea’ en la escuela – además de los medios de comunicación social que van acaparando -, la perspectiva ciertamente no es luminosa.
Falta que los alumnos de 5º año deban hacer trabajos prácticos de escraches, piquetes y pintadas. Sería ‘cartón lleno’.
El poder actual va a contramarcha del país. En la Argentina existe un extendido – y saludable – criterio de que el desapego a la ley es una de nuestras peores descalificaciones y, correlativamente, que el reencuentro con la ley y el orden significarán el reencaminamiento del país. Tanto que un Programa convocante para 40 millones podría resumirse en un reglón: cumplir las leyes.
Una cultura se forja por siglos. Una deconstrucción es más rápida. Las sombras que se ciernen sobre nuestro futuro se centran en un interrogante: si no revertimos esta tendencia corrosiva, ¿cuánto tiempo nos demandará reconstruir la cultura del trabajo, de la ley, de la convivencia, de la ciudadanía, del respeto, de las instituciones, en suma, de la civilización argentina?
Quizás, uno se halle influido por prejuicios ‘legalistas’ y de valores tradicionales que podrían estar requiriendo una labor de modernización. Seguramente. Todo conocimiento – incluyendo la cultura y los valores – reclaman una constante inacabable tarea de actualización. Pero de esto no se colige que sea menester inhumar a arraigados concepto tales como la solución pacífica e institucional de los conflictos. Deberán afianzarse y agilitarse los procedimientos, pero la modernidad no puede abrir las compuertas a la justicia por mano propia. ¡Sería inconcebible! Y un retroceso, falazmente en nombre del progreso.
San Martín, en un autógrafo que le obsequió a Sarmiento, transcribió un adagio que hizo suyo: ”Un prejuicio útil es más razonable que la verdad que lo destruye”. Si la ley es un prejuicio, vale conservarlo.
 Ni el escrache, ni el piquete, ni la pintada son ‘verdades’. Son, sí, desgraciadas realidades que, pienso, debemos entre todos, no sin esfuerzo, erradicar de nuestra vida colectiva. Seríamos un buen país si lo logramos.

*Docente y político.
 Es directivo del partido UNIR

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