miércoles, 19 de enero de 2011

Alberto de Mendoza: el último dandy


Galán inoxidable, perdió algo de pelo pero no las mañas de seductor. Con 82 años, aburrido del cine y anclado en Madrid, confiesa que madura la idea de regresar al país. Y habla de todo: de su carrera, de la vejez y de su mayor pasión, las mujeres.


Qué no daría uno por doblar el codo de los ochenta así, como él. Con todos los huesos en su lugar, la mirada vivaz, los recuerdos siempre a mano. Ni él sabe cómo lo hizo -pura suerte, dirá-, pero la cosa es que parece haber aplazado la senectud. Va y viene por el lobby del hotel a paso redoblado, saluda a diestra y siniestra, sonríe. Una señora bajita, turista ella, lo mira en éxtasis. Alberto de Mendoza está a sus anchas en el cinco estrellas de turno; una vida de trotamundos lo habituó a la insipidez de estos lugares de paso. Saluda con un apretón de manos que desmiente a su libreta de enrolamiento, que canta 82 pirulos. "Sentémonos acá", invita con esa voz ronca única (años de nicotina y whiskies dobles) y se dispone a charlar, arte en el que es más que ducho.

Siguiendo antediluvianas normas de urbanidad, la meteorología es el tema número uno. "¿Está fresco afuera, no?" y frases por el estilo, hasta que llegue el café. Frente al pocillo, todo es más simple. Con una pregunta ramplona -"¿Un cigarrillo, don Alberto?"- se llega al tema dos, la salud.

"¿Sabés los años que yo me pasé fumando mis tres atados diarios? Hasta que un día me quedé sin voz y el médico que me revisó me dijo: Dejá de fumar o vas derecho al cajón. Agarré los fasos, los miré, los olí y ya, no lo he vuelto a tocar. Y eso me llevó a no tomar más un whisky, y mirá que yo tomaba bastante. Es así: en un momento el organismo, la máquina más perfecta, te dice: Pará un poco."

¿Le empezó a cobrar la edad el organismo?

Nada grave, gracias a Dios. Pero sí hay cosas que no puedo hacer más. Yo antes jugaba al tenis muchísimo, hacía esgrima, andaba a caballo? pero evidentemente los años pesan. Estoy bárbaro, pero no hay ningún secreto. Hay gente que nace con buena salud y gente que nace con mala salud. Uno lo que trata es no hacer boludeces, no desafiar. Yo antes me iba sin dormir a filmar. Ahora, no sólo es que me aburrí de hacer películas; ya no puedo seguir ese ritmo.


En boca cerrada...

El hombre nació en enero del 21, en el barrio de Belgrano, hijo de un andaluz y una vasca. No tuvo lo que se dice una infancia idílica: cuando tenía cinco años, se quedó huérfano y fue llevado a España, donde lo crió su abuela Isidra. La vida, con sus vueltas, le hizo cruzar decenas de veces el Atlántico.

Desde hace décadas vive en Madrid, y hoy tiene la mente allí. Su mujer, una ex periodista llamada Mabel, no está del todo bien, y él se preocupa a la distancia. "Llevamos 57 años juntos -explica- y Mabel es todo para mí. ¿Por qué duramos tanto? Será porque yo he estado poco en casa."

Si la mente humana es como una gran biblioteca, la de Alberto de Mendoza cuenta con un bibliotecario diligente, que aún no mezcla sin ton ni son recuerdos de ayer y hoy. El actor va, ahora, al pasado remoto, la década del 30. "Mi nona murió a poco de empezar la Guerra Civil, donde perdimos todo. Fue ahí cuando empecé a laburar y a conocer la calle; a los 15 años empecé a gastar suelas." Un buque -el Tucumán- lo devolvió al Río de la Plata en 1939, junto a un grupo de refugiados cansados de tanta guerra.

"Me las rebuscaba como podía. Laburé en un cabaret que se llamaba El Avión y estaba en el Bajo, sobre Paseo Colón. Por un sándwich de mortadela y diez pesos bailaba boogey boogey... Después fui a aprender baile en serio y en 1943 fui comparsa en el Colón. Era apenas un buen partenaire, porque tenía fuerza, así que opté por meterme en el teatro."

¿Ya era ganador con las mujeres?

Se dice que sí. De joven era flaco, tenía pelo, era versero como buen hijo de andaluz, conocía la calle...Si vos medís 1,82 y sos flaco, es más fácil ser ganador, aunque son siempre las minas las que eligen? De mí han abusado muchas mujeres. Me traigo la frase de Gassman, un maestro y amigo: Cuando uno ha llegado a conocer la vida y todo su misterio, viene la muerte. Y tenía razón: cuando llegás a conocer al mujerío y ya no metés la pata, resulta que estás viejo.

¿Y cuál es el secreto femenino que descubrió?

La gran astucia que tienen. Son las mentirosas más maravillosas... Tienen una frialdad: si te quieren, mueven montañas; si no te quieren, moríte por un vaso de agua.

No me lo imagino despechado. ¿O lo rebotaron?

No mucho, pero cuando era joven, ellas me usaban: parece que lo hacía bien. Cuando no, chau. Y tengo muchas amigas, ex amantes o como quieras llamarlas, con las que conservo una linda amistad.

Le atribuyeron tantas, pero no escrachó a ninguna: es discreto.

Si algo tengo es discreción. No digo nada. Acá el hombre se vanagloria mucho del mujerío que ha tenido. Yo no, y fijate que a los 82 pirulos todavía me aguantan. La diferencia es que ahora me cuidan, me arropan, me miman...

¿Cómo lo aguantó Mabel tantos años? Con su fama de Don Juan...

Es una mujer inteligente.


Il morto qui parla

De Mendoza pasó dos meses en Buenos Aires, adonde vino para encarnar a Nino Calvi, uno de los capomafia de la tira Hombres de honor. Su participación, como lo había pautado con Adrián Suar, no fue larga: "A esta edad todo es cortito", se ríe. Su personaje cayó cosido a balazos, pero él lo disfrutó y mucho. "Llevaba doce años sin hacer televisión, ya me había olvidado la televisión argentina. Y acá encontré un montón de pibes jóvenes muy talentosos, a los que además se les entiende cuando hablan, lo que no es poco", dice, antes de soltar el único Porque yo (muletilla típica de jubilados) de la charla.

"Porque yo soy de los que empezaron la televisión, con Jorge Falcón y tantos otros? Yo hice el primer éxito grande que hubo acá en televisión, que se llamaba Yo y un millón, en 1959."

¿El programa en el que muchos lo dieron por muerto?

Fue una imitación de lo de Orson Welles en La guerra de los mundos. Teníamos unos libros espléndidos de Falcón, y estaba Joaquín Domínguez, el mejor cameraman que haya habido en este país (un hombre que terminó en El Escorial, donde vive pintando). En un momento yo, que le tengo terror a la altura, tenía que subir a una torre. Subí con un cagazo... Cuando llego a cierto nivel, tiran un muñeco vestido igual que Fernando de Madariaga, mi personaje, y Falcón grita desesperado: "¡Alberto!". Se armó un quilombo... Mi mujer llegó corriendo al canal y me quería matar. Venía gente de todos lados; me veían en el bar tomando un whisky y me querían matar en serio. Un tipo me decía: Hijo de puta, por tu culpa mi vieja tuvo un infarto. Entonces salí en cámara y pedí perdón. Le dije a la gente que íbamos a abandonar ese programa, pero una avalancha de cartas nos hizo quedar.

El ciclo duró un año más, y fue el primero de una serie de éxitos que lo tuvieron de protagonista: entre ellos El Jefe, El oriental y El Rafa. Antes, mucho antes de transformarse en un ícono de "los tiempos heroicos de la televisión", como él los llama, había empezado su vasta carrera en el cine. Lucas Demare le abrió la puerta al darle un pequeño rol en El viejo Hucha, y desde entonces no paró.

¿Nunca corrió la coneja?

Mirá, yo hice 150 películas, pero en este metier hay muchos parates. Es horrible: llegás a tu casa y lo primero que hacés es preguntar si llamó alguien. Y nada. Mirás el teléfono, lo levantás para ver si tiene tono? Ves que funciona y decís: La puta que lo parió, nadie me llama. Es bravo, muy bravo. Pero he tenido suerte. Una vez, en el 72, cuando ya estaba instalado en España pero nadie me llamaba, fui a un hotel a preguntar si había un laburo. Iba a empezar a trabajar allí, en relaciones públicas, cuando misteriosamente me llamaron de Italia para hacer un bodrio, y allí fui. Es un cáncer esta profesión; viene un parate y no tenés ni para morfar. Ahora, gracias a Dios, tengo un pasar para vivir dignamente. Si me llaman, bien, pero tampoco me desespero.

¿Por qué se fue de la Argentina? ¿Ya no lo llamaban?

Yo jamás me fui del país, como decía Pichuco. Yo me rajo a España a comienzos de los 60, cuando me llaman de allá para montar Divinas palabras de Valle Inclán. Me proponen ir allá, y te juro que lo dudé: era muy amigo de Piazzolla, de los Cárpena, parábamos todos en La Real... Era un tipo feliz, me la pasaba jugando a la generala, yendo al gallinero del Colón, viendo teatro. Pero me ofrecían unas condiciones muy buenas y un contrato de seis meses, así que les dije que sí. Hice la obra, nos fue bárbaro y pronto empezó la seguidilla de películas...

En Europa conoció a su gran ídolo, Vittorio Gassman. Filmó en España, Italia y Francia, con monstruos de la talla de Yves Montand, Charles Aznavour, William Holden y Jack Palance, por ejemplo.

¿Con alguno se sintió intimidado?

No, y eso que laburé con cada nene... Cadícamo, otro gran amigo, me dijo una cosa cuando me fui a Europa: Te va a ir bien con la pinta que tenés. Eso sí, cuando estés delante de uno de esos tipos, miralo y decite ´¿Este a quién carajo le ganó? Y te vas a sentir Gardel´. ¿Sabés que es verdad? Porque yo, salvo con la Loren y la Bardot, laburé con todas las figuras de Europa, y con todos el trato fue de igual a igual. En esta profesión, hay que tener dignidad siempre. Yo he hecho películas malas pero dignamente? Las he hecho para pagar el alquiler o el colegio de mis hijos, y las respeto muchísimo. Las recuerdo con cierta ternura, porque me dieron de comer.

Es como con las mujeres: ¿quién no estuvo con una muy fea?

Yo estuve con muchas minas feas. Pasa que a cierta hora de la noche todas se ven muy bien. Me acuerdo cuando salía mucho de joda con Alberto Closas. Yo le decía: ¿Vos viste la mina con la que te fuiste anoche? Y él me respondía: No les miro la cara. Pero ahora, que estoy retirado, me encanta que las mujeres me mimen. Uno no avanza, no hace nada...

¿Nunca pensó en tomar Viagra?

No, eso es una boludez. No se me ocurrió porque a esta altura el sexo no significa mucho. Tendría que agarrarme un metejón muy grande, porque para hacer un papelón... Ahora estoy tranquilo. Antes, si yo iba a un lugar, tenía que tener una mina allí donde llegara. Después entendí que era una manera de combatir la soledad y buscar a mi vieja. Yo buscaba mujeres mayores que yo, y no había mejor lugar que el cabaret. Amo a las putas. Las amo. Tengo una ternura por ellas, les tengo un gran respeto... Me acuerdo cuando estaba en la compañía de Mecha Ortiz y salíamos de gira. En Rosario estaba el quilombo de René: yo hacía tres obras, no era joda, pero me la pasaba en lo de René. Y no iba a encamarme, sino a charlar con las chicas. Les cocinaba unos spaghettis, me contaban su vida; para que me fuera, tenían que mandarme a buscar...


Del Buenos Aires de ayer

Sigue la ronda de recuerdos. Desfilan por la conversación los que fueron sus grandes amigos: Tita Merello, Alfredo Di Stéfano, el Polaco Goyeneche, Blackie... De todos, recita una anécdota. "Gracias a Dios tengo memoria, pero la ejercito, eh, porque sino sólo te acordás de lo que querés."

¿Suscribe aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor"?

No, no... Es una boludez total. Aunque es cierto que el Buenos Aires que yo conocí no volverá nunca más. Como yo no volveré a tener cuarenta. En ese entonces Buenos Aires era un ciudad acogedora. La noche era otra: había espectáculos, teatros, la gente iba con su mujer a bailar a un cabaret, nadie se metía con nadie. Ahora soy un espectador: veo los toros de la barrera, como dicen en España. Y me pregunto qué será de este país. Ha sufrido mucho, lo han jodido mucho...

El actor cuenta que, de a poco, va preparando las cosas por si un día se le da por volver. "Vendí una casa que tenía en Marbella porque ahora hay mucho árabe y ya no es la aldea de pescadores que era. Ahora tengo más tiempo para pensar, y caí en la cuenta de que estoy muy contento con todo lo que he hecho. Tuve tres hijos, tengo ocho nietos y tres bisnietos, he tenido una vida plena. No soy un viejo boludo; todavía pienso y soy feliz.

No parece tan chinchudo, al cabo.

A mí me han hecho fama de todo menos de lo que soy. Soy chinchudo en el sentido de que soy perfeccionista con el laburo: no me gustan los diletantes, la gente que se toma la vida con soda. Todo lo que hice, lo hice en serio. Lo que pasa es que la gente siempre me ha identificado con los personajes que hice. Cuando yo hice Barrio gris, pensaban que era como ese turro, que era flor de hijo de puta. Cuando hice El Rafa, me decían el Rafa. Es bueno, porque quiere decir que cada personaje ha calado.

¿Ya le interesa la política española como si fuese un español más?

Nunca. Primero leo el Clarín y La Nación. Me informo, hablo con amigos de acá, sé qué pasa en Buenos Aires. Estoy al tanto de todo: parezco Mirtha Legrand. A mí me ha ido muy bien en Europa, he ganado mucho dinero? pero no me puedo identificar: soy muy argentino. Yo tengo un gran respeto por los españoles, España tiene cosas maravillosas, pero no engrano con el español. No, no, no. Por ahora vivo allá, pero siempre pienso en pegar la vuelta. Soy muy porteño, me gusta el olor y la música de mi ciudad, las mujeres? Cuando estoy acá, yo las relojeo siempre. Me da pudor darme vuelta, pero hay cada mina acá... La mujer de acá es pizpireta, no hay una igual. Son algo histéricas, pero no las podés pasar; están de vuelta. Yo he conocido muchas minas acá, pero boluda ninguna. Y decí que se han perdido cosas como el zaguán...

O Villa Cariño...

Uy, Villa Cariño... Un día estaba con una chica en pleno acto y aparece un cana. ¿Qué hace?, me dice. Y yo: ¿Cómo que qué hago? Me reconoce y me dice: Tómesela, que en cinco minutos viene la inspección. Nos fuimos; yo quería seguir pero a ella le duraba el cagazo.

¿Infiel no fue nunca, no?

Jamás. Fui travieso. Igual, en mi vida no le hice mal a nadie. Hoy, me conformo con navegar la vida con cara de pensante, porque si pienso, existo.Y tengo tiempo para pensar: los viejos dormimos poco, y nos levantamos a cada rato para mear. Ahora yo me acuesto, empiezo a pensar qué habrá sido de la vida de Fulano, dónde habrá terminado tal mina...

A su edad, ¿hay nuevos miedos?

Nuevos, no. El miedo que te agarra es a sufrir. A no tener tiempo de despedirme. Sueño con decir Chau, me voy, poner un tango y tener una muerte alegre. Estuve internado dos veces por taquicardia, y vi alrededor el sufrimiento: no lo quiero, Dios mío. De morirme no tengo miedo porque nacemos para eso, ¿no? Plantás un árbol, tenés un hijo, amás? No es mucho más la vida. Ahora, ¿quién me asegura que voy a llegar bien a los 90? Todavía no me hago pis encima, mi cabeza funciona? Pero el organismo se oxida, y la decadencia del cuerpo es terrible.

¿Piensa en el final?

No mucho, pero ya pensé un epitafio. Pondría: "Hice lo que pude".



No hay comentarios:

Publicar un comentario