Más allá de los casos de ayuda durante la emergencia, los mayores constituyeron una pata central en la organización de las actividades solidarias que dieron respuesta a las inundaciones y que representaron extensas jornadas, donde las personas de la tercera edad trabajaron codo a codo con los más jóvenes.
Esta colaboración fue invisibilizada por los medios en general, que remarcaron más bien el aspecto vulnerable de los adultos mayores, lo que no deja de ser una realidad ya que por condiciones físicas pueden estar más expuestos en las emergencias.
"Llegábamos muy temprano y estábamos hasta la tardecita. Algunos cortaban para comer, pero siempre había alguien trabajando. Había momentos en los que estábamos fusilados, pero seguíamos sin parar”, relató a Télam Esther Rodríguez, miembro de Raíces de Capital Chica, el centro de la tercera edad del club ubicado en Los Hornos, partido de La Plata.
Y añadió: "Lo primero que hice fue abrir el placard y sacar todo lo que podía, incluso sábanas que tenía para usar. Después me vine para el club porque sabía que íbamos a tener trabajo".
El club Capital Chica, corazón de ese barrio platense desde 1936, se transformó en un centro de recepción, clasificación y distribución de donaciones, actividades que se desarrollaron desde el jueves posterior al temporal hasta el fin de semana pasado.
"Hubo algo más de 200 voluntarios trabajando, socios y no socios. Pero el rol que desempeñaron los adultos mayores fue importantísimo", remarcó Roberto Cadelli, miembro de la comisión directiva.
Este fue sólo uno de los espacios donde esas manos arrugadas trabajaron en forma colectiva para recibir lo que los vecinos donaban, arreglar las prendas que hicieran falta, clasificar el material o brindar una caricia.
Luego de mostrar la cancha de básquet y referir con orgullo que "hace unos días esto estaba lleno de donaciones", Jorge Nieto aseguró que "pese al cansancio uno se sentía bien, orgulloso de poder estar dando una mano".
Presidenta de Raíces de Capital Chica, pero también de la comisión de alumnos del Programa de Educación Permanente para Adultos Mayores (PEPAM) que funciona en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), María Agustina Fernández, o "Tota" como todos la conocen, es testigo de que "muchos de los adultos que no fueron damnificados salieron a ayudar".
"El PEPAM quedó devastado, se perdieron computadoras, se cayó la biblioteca de la secretaría. Lo único que se salvó es la biblioteca que impulsó la comisión de alumnos porque está en una planta alta", describió.
Y añadió que "en ese espacio también los adultos colaboraron y, todavía lo hacen, con tareas para recuperar el lugar".
Pero esta mujer de rostro arrugado -que delata una edad que ella no confiesa- y espíritu inquieto es también presidenta de la Asociación de Farmacéuticos Jubilados Bonaerense, profesión que ella desempeñó hasta hace nueve años cuando se retiró.
"En la Asociación también nos organizamos. Imprimimos los padrones y nos los repartimos entre los que somos parte de la comisión para llamar a los asociados y ver cómo se encontraban. Hubo unos nueve compañeros muy afectados", relató Tota.
Al día siguiente de la tormenta, Marta Benegas, una alumna de 69 años del programa de adultos mayores y comunicación que depende de extensión de la Facultad de Periodismo de la UNLP, escuchó por la radio a la decana de esta casa de altos estudios y decidió acercarse a colaborar.
"Mi casa no se había inundado. Yo estaba bien así que pensé: `¿cómo no voy a ir a ayudar?` Cuando llegué allí me encontré que la facu se había transformado en un centro de ayuda muy importante donde había gente de todas las edades colaborando", describió.
Entre quienes estaban "dando una mano" había muchos de sus compañeros del programa, entre ellos su amiga Adriana Scuro, quien había sido convocada desde la propia facultad.
"A mi me gusta más bien la parte de salud, así que nos dedicamos a conseguir nebulizadores y medicamentos; la verdad es que si bien vimos la peor cara de una tragedia, también nos dimos cuenta de lo generoso que puede ser el pueblo", sintetizó Adriana.
La actividad solidaria no es un gesto aislado entre las personas de la tercera edad: según una encuesta realizada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, el 14,1 por ciento de los adultos mayores realizan tareas voluntarias.
"Las distintas formas de solidaridad que encaran muchos mayores es un modo de re-vincularse, de tender nuevos lazos, de ayudarse, ayudando", opinó la doctora en Psicología Graciela Zarebski, especialista en tercera edad.
Y continuó: "También es un modo de revalorar lo que se tiene, de superar la idea de que `en la vejez no se tiene, no se vale, no se es`. Es poder ver que hay otros que tienen menos, que otros valoran lo poco o mucho que uno tiene para compartir".
"En última instancia hacer lazo solidario es amar, es salir de la soledad, es un modo de seguir aprendiendo con el otro, creciendo con el otro, seguir luchando por la vida con sentido. La vejez en muchos va acompañada de este cambio de valores, una de las formas de la sabiduría en la vejez", concluyó.
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