Se lamentó porque, según ella, el folklore no es lo suyo: “Mi fuerte es el tango, no sé si bailé muy bien”. Las decenas de salteños que se apiñaron en la peña de la capital provincial solo para verla no pensaron lo mismo. Al contrario. Enloquecieron con los pasos autóctonos que Karina Rabolini improvisó casi a la perfección, ya entrada la noche del domingo 6 de abril.
Pero ella insistió: “Mi fuerte es el tango”. Tanto machacó con sus dotes arrabaleros que avivó a una de sus principales colaboradoras: “Ay, Karina, como primera dama serías una gran embajadora del tango en el mundo”. Rabolini sonrió, desentendida: “¡Ay, qué boluda!”.
No es la primera vez que lo hace. La mujer de Daniel Scioli es consciente de que se trata de una pieza clave en la candidatura presidencial del gobernador. Sabe que las chances de mudarse de La Plata a Olivos son altas, y que para eso su rol de ahora en más será fundamental. Pero prefiere mirar para el costado.
En la mañana del lunes 7, como presidenta de la Fundación Banco Provincia, Rabolini entregó cientos de pares de anteojos y decenas de sillas de ruedas a chicos carenciados de Salta, junto al gobernador Juan Manuel Urtubey y un nutrido grupo de colaboradores. La acompañó José “Pepe” Scioli, hermano del gobernador y uno de los principales lobbistas de la candidatura del bonaerense.
Aunque lo disfrace, fue el primer ensayo del año de la campaña presidencial de la primera dama bonaerense. El próximo destino podría ser La Rioja, en esta especie de nacionalización de su imagen con un único objetivo: Scioli 2015. Hasta ahora, la modelo y empresaria solo se jactaba de haber recorrido todos los rincones de la provincia de Buenos Aires en tres oportunidades.
Estilo K. No es solo una cara bonita. Cada recorrida de Rabolini, por el pueblo que sea, genera una verdadera revolución. Se desesperan por ella, y la mujer retribuye: es capaz de pasar el tiempo que sea enseñando el rodete que ella misma se hace en su rubia cabellera. Cada uno de sus movimientos destilan perfume político.
Los más íntimos juran que hace meses que a la primera dama bonaerense “le picó como nunca el bichito de la política”, aunque ella se sonroje cuando su entorno la chicanea, entre risotadas, con el eslogan “Karina 2015”. Rabolini jura que jamás será candidata. Hasta le molesta que la incluyan en las encuestas de opinión: prefiere no saber ni cuánto mide, ni qué piensan de ella.
Ella y él. Según los analistas, ella humaniza al gobernador. Le aporta un genuino refresh en la descolorida interna del peronismo. Rabolini es fina, bella y glamorosa; capaz de atraer por igual a la señora paqueta en algún evento ocasional del jet set y a las madrazas del conurbano bonaerense. Rabolini no tiene ni quiere la ambición de Scioli, pero es dueña de un carisma evidente.
Es mucho más sensible: todavía le cuestan los avatares de la política. De él se dice con sorna –y no tanto– que es de amianto. En julio del 2008, en pleno conflicto del Gobierno con el campo y ante la consulta de RB, Rabolini no pudo contener el llanto tras un escrache sufrido en Venado Tuerto, en Santa Fe, a escasos kilómetros de Elortondo, su pueblo natal. Scioli jamás les regalaría a los medios semejante muestra de debilidad.
En cuanto a medios, el de Scioli podría ser un caso de estudio de los tiempos que se avecinan: si sigue así, sería el candidato presidencial de Cristina Fernández y del Grupo Clarín al mismo tiempo. Para eso contrató a Guillermo Seita, ex Guardia de Hierro, estrella de la comunicación durante el menemismo y de trato privilegiado con la cúpula de Clarín. Dentro de ese engranaje, el rol de Rabolini es indispensable. Aunque se haga la distraída, ya hace rato que trabaja full time para mudar su ropero a la Quinta de Olivos.
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