Estrenar Arrebato en medio del éxito de Relatos salvajes pone a Pablo Echarri a la expectativa de que la ola
de espectadores alcance al resto del cine local, aunque mentalmente se prepare para que la realidad sea otra. Es que si se dejara guiar por su faceta de productor, seguro habría elegido otra fecha. “La verdad que sí, hubiese sido bueno agarrar el final de Relatos salvajes. Porque cuando ellos estén empezando a caer, todos tendremos más oportunidades. La gente, cuando salta un título significativo, va mucho detrás de esa película. Ojalá pudiéramos agarrar un sobrante”, reconoce.
—Ahí es donde el productor le gana al actor…
—No soy tan talibán. No puedo dejar de festejar un éxito como el de Relatos…, porque me es más interesante construir una industria a que mi película meta muchos espectadores. Pienso en mi bolsillo, pero más en lo que va a venir. Seguramente nos va a fagocitar un poquito a todos. Aunque sería muy mezquino verlo así.
—¿Y cómo lo ves?
—Entrar en un clima tan favorable nos hace bien a todos. Por el envión y porque prepara al público para ver películas argentinas. A los que las hacemos nos llevará a esforzarnos cada vez más para ofrecer un espectáculo más atractivo. Hay un cine local que piensa mucho más de cara al espectador.
—¿Creés que se abandonó la idea de que si es chico y festivalero es necesariamente mejor que una producción más grande y masiva?
—Sí. Si bien el cine de autor sigue existiendo, cada vez necesita más subirse a la estructura de un género. Eso me parece un capital muy grande a la hora de comunicar. Esto casi lo digo como productor: cuando lo empezás a ver de una forma más global, te ayuda a aprender a leer y a darte cuenta de que cuanto más basado esté el proyecto en una estructura previsible, más fácil es para mí comprarlo. Después se le buscan las particularidades para complejizar el relato.
—¿Qué tan aceptada está es idea?
—Se está instalando. Es una de las características que necesitaba el cine argentino. Construir desde el guión un cuento que sea de fácil comunicación y que el público utilice el bagaje de lo que vio durante su vida. Creo que el cine ha ganado con eso.
—¿Se puede hablar de cine argentino popular con productos tan disímiles como “Relatos salvajes” y “Bañeros”?
—La sumatoria de esos mundos construye una industria. Los mismos productores que ponen plata en Relatos.., también la ponen en Bañeros. Claro que lo popular de una película no siempre está atado a la expresa calidad que consigue un film, ni el público tiene la misma capacidad o el mismo gusto por la complejidad.
—¿Cuánto creés que se avanzó en la construcción de una industria?
—Muchísimo. En estos últimos años hubo políticas de Estado que han ido en sintonía con eso. Pero el argentino es un cine muy pequeño y que viaja muy poco por el mundo, salvo las grandes películas, que han podido hacer pie de la mano de sus directores o sus intérpretes, como el caso de Darín.
—¿Sería mejor que se estrenara menos, pero que se apostara más a la calidad de lo que se ve en pantalla?
—Cuanto más se estrene, va a ser mejor. Va a generar historia y la capacidad para relatar a la que todos tratamos de llegar. Lo que debería haber es una diferenciación, una escala de subsidios.
—¿Cómo?
—Uno para el operaprimista y otro diferenciado para aquel que tiene una trayectoria y un éxito comprobados. Lo que no se puede hacer es dejar afuera a los que tienen la intención de contar por primera vez una historia, pero habría que complejizar el sistema de subsidios.
—¿En televisión también?
—También. Debe haber un crecimiento y una evolución hacia quién se otorgan los subsidios. Nos merecemos un debate para poder puntualizar un poco más. Los grandes directores que hoy necesitan un presupuesto mayor para conseguir un estándar más alto deberían obtenerlo.
A comienzos de 2015 volverá a la pantalla chica, al igual que en su última aparición de 2011 en El Elegido, con un proyecto de su productora El Arbol. Sin elenco confirmado, se sabe que la nueva telenovela reunirá a la pareja Echarri-Dupláa y tendrá la casi segura presencia de Miguel Angel Solá, interpretando al villano del culebrón. “Estamos a punto de firmar con Telefe para empezar a grabar –cuenta entusiasmado–. Construimos una novela muy clásica, con lucha de clases. El primer capítulo transcurre en una textil que, ante su inminente cierre, es tomada por de trabajadores comandados por una mujer”.
—¿Cómo es volver en este momento de la televisión?
—Entrar en un momento donde la televisión argentina trabaja con presupuestos cada vez menores, porque no tiene despegue internacional, es un desafío muy grande. Las herramientas son las mismas o menos, y se tiene que usar la inventiva para poder causar el mismo atractivo. Hay que construir un buen relato.
—¿Cuánto te interesás por el rating?
—Te importa en la medida en que tu programa no sea levantado. Si el número propicia que el contenido vaya de principio a fin, está bien. Como productor, no me establezco un piso porque podría darme una sorpresa, aunque el medio sí me lo pide.
—¿Cuál sería el piso?
—El que generan las ficciones. Hoy hablamos de tiras que no pasan los 15 puntos. Entonces, el piso es más bajo y eso a todos nos tranquiliza un poco. Ojo, aun así hay que lograrlo.
—¿Ayuda a conseguir audiencia que la tira incluya un conflicto social?
—Me interesa contar una historia que tenga cercanía con una cuestión social, pero el amor debe ser central.
—¿Tuviste en cuenta el temor a perder el empleo que hay en la actualidad?
—Este conflicto, si bien intenta caer oportunamente en un momento en el que podemos estar viviendo algunas suspensiones y demás, tiene que ver con la defensa del lugar de trabajo. El esquema de cooperativas y fábricas tomadas es de hace diez años y se está replicando en todo el mundo.
“Venimos con cierto bagaje de culpa”
—Tu personaje en Arrebato vive unos celos casi patológicos. ¿Te tocó estar en ese lugar?
—Yo me agarré a piñas por celos. Tal vez por la imposibilidad de resolverlo con mi pareja de ese momento, depositaba el odio en quien me había soplado la mujer. La frustración era tan grande que no había otra forma de resolverlo, aunque tampoco era ninguna solución. Me sumergía más en esa oscuridad.
—¿Con Nancy te pasa?
—Si bien tenemos un nivel de celos interesante, ninguno tiene ese grado de obsesión como para generar una escena violenta. En nuestra relación, lo imaginario es reemplazado por las charlas. Cuando hay una duda, la única manera de quitársela es hablándolo.
—¿Te imaginás en una relación más abierta?
—Quizás eso sea patrimonio de generaciones posteriores, nosotros venimos con cierto bagaje cultural de culpa y mandato. Me siento lejos de eso, más allá de que la fantasía te permita jugar. Creo que hay que nacer de nuevo para algo así (ríe).
—¿Te interesa transmitírselo a tus hijos?
—Disfrutamos como padres porque podemos ver que con nuestros hijos podemos construir libertad. La verdad, me hubiera gustado que la culpa no fuera un componente tan determinante.
—¿Sufriste mucho la culpa?
—Sí. Para una sociedad católica, la bajada de línea del placer siempre lleva una porción de culpa. Es imposible de escapar. Es un mecanismo inconsciente que está presente en todo, y para quitárselo hay que laburar mucho.
—¿Te la sacaste de encima?
—Mucho. La culpa empezó a limpiarse en mis primeras terapias, hace 12 años.
—Cerca del tiempo que llevás con Nancy…
—Antes lo había intentado, pero no pude. No podía más...
—¿Recordás cómo explotó?
—Detonó en el dolor que me causaba. Cuando vos llevás un ramo de flores por culpa y no por amor, se nota, como cuando vas a ver a tu hijo al colegio porque no fuiste todas las anteriores. Es un sentimiento que te transforma en un falso.
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